“Esto es lo único”. Vaya felicidad que sentí cuando el director de la Academia de San Carlos, Diego Rivera, miró mi pintura firmada como M. Izquierdo y exclamó con fuerza estas palabras, refiriéndose a mi obra como la única que valía la pena de entre todo el grupo.
Frida viene del germano "paz", pero esto no pudo amainar las cascadas vertiginosas que supusieron mi vida.
Siempre fui la hermana mayor, la mayor de seis, me llamo Luisa Genoveva Carnés Caballero, nací en el barrio de Las Musas en Madrid el 3 de enero de 1905. Estudié poco en la escuela y aprendí mucho de oficios, primero, desde los diez años, en un taller de sombreros y más tarde como mesera en un salón de té. A la primera oportunidad pasé a la inmensa casa editora CIAP, es decir, a la Compañía Iberoamericana de Publicaciones.
Concha Urquiza fue una gran poeta que nació en Morelia, Michoacán en 1910, considerada por Rosario Castellanos como la “piedra angular” de la poesía mexicana contemporánea.
“Llegó al mundo la noche del 21 de julio de 1917 en una vieja casona de Pachuca. A su madre la asistió Goya, la fiel mujer otomí de lengua dulce y suaves manos morenas. Fue una hermosa niña de fulgurantes ojos azules… ‘Se llamará Margarita’…” Desde pequeña descubrió su vocación de poeta.
Soy Elena Delfina Garro Navarro, mis padres son José Antonio Garro y Esperanza Navarro y soy la tercera de cinco hermanos: Sofía, Devaki, Estrellita y Albano. Mi padre es español y mi madre mexicana, de ambos provino ese mixturado cultural que asoma en mi escritura. Nací en Puebla en 1916 pero mis primeros años los pasé en Iguala, Guerrero, en una casa con un gran patio lleno de plantas que crecían salvajes y sin orden como yo y que recordaré como el paraíso de mi infancia.
Hay un momento de la noche en que todo duerme. Hasta en la ciudad más imponente hay un resquicio de tranquilidad que se respira a cierta hora en la oscuridad. Ahí vive el misterio. En la luna, en la calle, en las conciencias que descansan y en las que no pueden hacerlo.
Me parece muy difícil hablar de mí, el hablar de mí es muy severo porque soy mucho mejor de lo que parezco. Me han pedido que comience este relato a partir del momento más difícil o trágico de mi vida, lo cual no me encanta porque cada dificultad la convertí en una oportunidad que, sin duda alguna, siempre culminó en un rotundo éxito, pero bueno, lo intentaré, a ustedes me debo.
Cierra tus ojos un instante, ¿te imaginas llegar a ser gobernadora en una época en la que, difícilmente, nuestras voces vibrantes se hacían escuchar, siendo sometidas a la voluntad del hombre ávido de ocultar como objeto invisible nuestras almas creadoras, brindándonos casi nulas y legítimas oportunidades de participar en la política?
Sé que en algún tiempo cálido nos amamos y que me enseñaste el oficio –así le llamábamos–, pero habría que decir que no me enseñaste la mirada. Esa es mía, toda mía; producto de mis entrañas, de mi sangre, de mis huesos, de mi vida en la casa familiar; de mi madre, que un día se fue para nunca más volver y de mis días como huérfana, cuando mi padre suspiró su último aliento. También es de mis victorias y de mis ideales.
Casi me pierdo el alba del convulso siglo XX, pues nací un 7 de noviembre de 1900 en Villa Ocampo, Durango. Ahí viví mis primeros años para después irme junto con mi familia a Parral, Chihuahua. Mi adolescencia transcurrió en medio de la Revolución Mexicana, fui testigo de cómo el norte era territorio disputado por los diferentes bandos que luchaban por el poder. Pero también fui testigo de cómo el pueblo fue partícipe de la sublevación. La guerra sacude y para quienes le sobreviven, deja herida la memoria.
Federico García Lorca dijo de ella “es una de las mujeres más inteligentes que conozco”. María Antonieta Valeria Rivas Mercado Castellanos llegó al mundo el primer abril del siglo XX. Nació y creció en una mansión ubicada en la entonces aristocrática colonia Guerrero; aquella residencia emblemática de la porfiriana Ciudad de México fue diseñada por su padre, el célebre arquitecto Antonio Rivas Mercado.
Nací en Huautla de Jiménez, Oaxaca, un lugar en lo alto de la sierra oaxaqueña. Mi padre murió cuando era pequeña y mi madre tuvo que empezar a trabajar fuera de casa. Cuando se iba, mi hermanita Ana y yo nos quedábamos encargadas con una tía, pero ella no nos quería y para desquitarse nos escondía las tortillas y el café. Siempre teníamos hambre. Nos íbamos al monte con los chivos y sentíamos las tripas chillando desesperadas. Ana lloraba y yo también, no queríamos seguir así.
Una gran eclosión ocurrió en el ex convento de la Merced hace casi 100 años. En ese lugar sagrado, el espíritu de Carmen Mondragón se sublimó para dar lugar al cosmos infinito e irreductible que fue Nahui Olin, la mujer de “el cuarto movimiento del sol”, como significa su nombre.
¡Lo logré! Aquel 11 de febrero de 1930, a mis 36 años, escuché la voz de uno de los jurados leyendo el acta de aprobación de mi examen profesional: "Hacemos constar que la Srita. Mendizábal es la primera mujer que en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional ha obtenido el título de Ingeniero Civil".
En mayo de 1943 tomé un avión rumbo a California para reunirme con Walt Disney, el cineasta reconocido por sus películas animadas que eran la sensación para miles de niños. Yo, una mujer de 53 años, quería verlo para hablarle de negocios. Contarle sobre uno de los proyectos más ambiciosos que jamás hubiese escuchado: utilizar sus cintas para alfabetizar latinoamericanos sin la ayuda de profesores.
Siempre estuve convencida de que si la mujer tiene iguales obligaciones que el hombre, tiene y debe tener los mismos derechos políticos, sociales y sexuales. Abanderé esta causa a lo largo de mi vida revolucionaria, en la primera mitad del siglo XX, aunque provocara estupor en elites conservadoras e incluso condena de otras compañeras de lucha.
María de los Ángeles Estrella del Carmen Bofill Ferrer: la Reina de la Opereta, Emperatriz de la Gracia e Hija Predilecta de México, mejor conocida como Esperanza Iris, nació en la Villahermosa de San Juan Bautista en Tabasco en 1884, en aquellos tiempos modosos en los que lo último que se podía esperar de una niña de buena cuna es que se convirtiera ¡en artista!
Tocaron la puerta, solo quedó tomar mi valor y mi arma. Sabía que había llegado el momento, lo que mi hermano Aquiles me había advertido, que los porfiristas vendrían en cualquier momento por nosotros. Alcancé a mirar por la ventana, eran los federales. ¡Venían por nosotros, no había de otra!
Mandé a fusilar a uno de los hombres de mi tropa. No había de otra: violó a una de las mujeres de mi regimiento. A los demás soldados no les gustó. No están acostumbrados a que “una vieja los dirija”. Ni modo. Bajo mi mando, ninguna mujer será abusada. Si hay infractores, los pasaré por el fusil.
Soñé en convertirme en médica en un tiempo en que nos era negado. No imaginaba las barreras incluso invisibles a las que debía enfrentarme, por ejemplo: no podía titularme porque la escuela sólo se lo permitía a los alumnos. Y en mi época, “alumnos” sólo se refería al género masculino.
¿Quién es esa mujer detrás de Zapata y Villa?, preguntan con interés, pero a la vez con el mayor de los escepticismos las asistentes a la visita literaria guiada “Mujeres y la revolución”*, que se realizó en noviembre de 2018 por el Centro Histórico de la Ciudad de México. Esa mujer que se asoma con desdén en la foto es la estadista y forjadora de las bases ideológicas de la Revolución: Dolores Jiménez y Muro.
¡Es una niña! Apenas recibieron la noticia de mi nacimiento y mis padres ya sabían cuál sería mi suerte: el celibato, si no encontraban el marido adecuado para mi. Mientras tanto crecería enclaustrada en casa, aprendiendo arte.
No me tiembla la mano para escribir en mi defensa ahora que quieren demeritar la labor que hice por mi patria hace ya casi 10 años. ¡Faltaba más! Si no me tembló la voz ni el alma cuando me juzgaron en 1813, días antes de cumplir 24 años, y me jugaba mi libertad, mi fortuna y hasta la vida.
De alguna manera inexplicable, la figura de Sor Juana Inés de la Cruz es un ícono emblemático de nuestra identidad nacional. Inexplicable digo, porque ella, la primera feminista de América, es exaltada en una sociedad predominantemente patriarcal. Es tal su grandeza, que se cuela por los intersticios de la Historia sin que nadie pueda evitarlo.