En mayo de 1943 tomé un avión rumbo a California para reunirme con Walt Disney, el cineasta reconocido por sus películas animadas que eran la sensación para miles de niños. Yo, una mujer de 53 años, quería verlo para hablarle de negocios. Contarle sobre uno de los proyectos más ambiciosos que jamás hubiese escuchado: utilizar sus cintas para alfabetizar latinoamericanos sin la ayuda de profesores.

Aunque al inicio fui como parte de un grupo de comisionados de varios países, mi responsabilidad creció cuando México fue elegido como país piloto del programa. Yo en ese momento era encargada del Departamento de Arqueología del Museo Nacional, sería la representante del proyecto.

Mi nombre es Eulalia Guzmán Barrón y soy una de las primeras mujeres mexicanas que entregó su vida a la alfabetización, la docencia y la antropología. El pueblo que me vio nacer fue el árido San Pedro Piedra Gorda, en Zacatecas, pero mi verdadera formación e ideales se forjaron en la capital del país, en el ambiente afrancesado que se vivía en los últimos años del porfiriato y entre el caos de la construcción de grandes obras, como el tranvía eléctrico. Fui testigo de uno de los momentos más convulsos de la historia de México, cuando comenzaba a sembrarse la semilla de la Revolución. Tal vez por esa razón adquirí un carácter fuerte e irreverente.

Cuando tenía solo 14 años me negué a seguir los roles que dictaban que las mujeres debían dedicarse al hogar y decidí iniciar una carrera magisterial que después me llevaría a sentir una inmensa pasión por encontrar métodos de alfabetización para los mexicanos, en un país en donde solo el 20% de la población sabía leer y escribir. También, a lo largo de mi carrera, que se extendió hasta que cumplí 78 años, hice una serie de viajes por casi todos los continentes para buscar documentos y vestigios que nos dieran certeza del origen de nuestra cultura.

En esos años estuve en contacto con organizaciones feministas y liberales, ayudé a la fundación de grupos de mujeres que buscaban la obtención del derecho al voto e incluso conseguí el reconocimiento de la Federación Internacional de Mujeres para incursionar en la discusión de políticas internas y mundiales. Pero esa lucha es otra historia.

Así que cuando en 1943 estuve frente a uno de los retos más importantes de mi carrera, como lo fue la búsqueda de un método de alfabetización ayudado por las cintas de Disney, tenía ya una larga experiencia. Durante esos días, recuerdo que hablé con gran pasión sobre métodos de lectura y fórmulas de enseñanza utilizando solo el cine sonoro como herramienta. Walt Disney me invitó a quedarme una semana más para concretar el proyecto.

El resultado fue un sistema fonético con el que podría enseñarse a leer a adultos. Pero lo difícil estaba por comenzar. Cuando la teoría estuvo lista, el sistema se puso en práctica en una pequeña escuela del poblado Fortín de las Flores, en Veracruz, una localidad montañosa donde se practica el cultivo de flores, palmas y helechos.

Los campesinos acudieron a la escuela un poco perdidos y pestañeaban en las lecciones, pero las clases fueron constantes y el aprendizaje se logró. Un día, incluso, Disney asistió como observador.

Después de un arduo trabajo en equipo, se consiguió un sistema de alfabetización mediante el uso exclusivo de películas. Además, el equipo de producción estadounidense también recibió muchas enseñanzas, pues para los dibujantes, guionistas y productores de Disney, el experimento se convirtió en un gran descubrimiento del México rural.