Hay un momento de la noche en que todo duerme. Hasta en la ciudad más imponente hay un resquicio de tranquilidad que se respira a cierta hora en la oscuridad. Ahí vive el misterio. En la luna, en la calle, en las conciencias que descansan y en las que no pueden hacerlo.

Durango es una ciudad fría y seca, nací ahí el 27 de noviembre de un año incierto, cuando el invierno comenzaba a llegar con fuerza. Desde muy joven entendí que algo me llamaba y me rodearía por siempre, algo que impulsó todas mis tareas: el enigma. Me cautivaron el misterio y sus múltiples posibilidades.

Crecer con la curiosidad al filo es un camino que te lleva a cualquier lugar posible, hasta a esos que te dicen que no son para ti. Así, fui a la Ciudad de México y entré a la Escuela Libre de Derecho en un momento en que ninguna otra mujer lo hacía, rodeada de hombres y los mundos que ellos habían diseñado y mantenido suyos. Aprendí sobre las leyes del hombre, sobre el crimen y la justicia, que no siempre está al alcance de todos, pero siempre hay que salir a buscarla.

El Derecho me llevó a participar como actuaria en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en tiempos realmente importantes para nosotras. Las mujeres en esa época no teníamos acceso a muchos espacios, y las que podíamos entrar nos encontrábamos con un camino un tanto más intrincado. En 1953, después de muchos esfuerzos, conseguimos el derecho al voto.

Fui también profesora de enseñanza especial, una labor que gocé siempre, por el placer de la lectura, del diálogo, del intercambio de conocimientos… sin embargo, nunca descansó en mí el deseo de encontrar algo más… de contar algo.

Ya desde mucho tiempo atrás descubrí a grandes autores que narraron con gran maestría las búsquedas que todos llevamos dentro y quienes, como yo, sentían un encanto especial por la inteligencia y la mente humana. Así leí a Julio Verne, a Edgar Allan Poe y a Agatha Christie, entre muchos otros.

Y entonces lo supe. La escritura es un proceso enigmático con el que podemos entender mejor el mundo, es un camino a descubrir y nombrar el misterio. Los relatos y novelas policiacas que había leído durante años cimentaron en mí el amor por las letras y por la justicia, aún más allá del horror del crimen que, lamentablemente, está en todas partes.

Auguste Dupin, Hércules Poirot y la magnífica Miss Marple, detectives curiosos, inteligentes e intrépidos, me animaron a crear mis propias historias y mis propios personajes. Armando H. Zozaya fue mi acompañante en esas búsquedas, un aficionado que resolvía los crímenes mejor planeados, con la integridad de alguien que pone la justicia sobre cualquier otra cosa.

Fue después cuando la vi a ella. Una de esas noches silenciosas, cuando parece que todo duerme, ella despertó. Era una mujer muy inteligente, curiosa, honesta y perspicaz como pocos. Estaba casada y rodeada de hombres con posiciones importantes; sin embargo, logró traspasar límites, hacerse de un respetado sitio y resolver misterios en Chihuahua y en la Ciudad de México. Era María Elvira Morán, y tenía que escribir sus historias, las nuestras. Así creé a la primera mujer detective de las letras latinoamericanas, que me mantiene viva con sus aventuras.