Nací en Huautla de Jiménez, Oaxaca, un lugar en lo alto de la sierra oaxaqueña. Mi padre murió cuando era pequeña y mi madre tuvo que empezar a trabajar fuera de casa. Cuando se iba, mi hermanita Ana y yo nos quedábamos encargadas con una tía, pero ella no nos quería y para desquitarse nos escondía las tortillas y el café. Siempre teníamos hambre. Nos íbamos al monte con los chivos y sentíamos las tripas chillando desesperadas. Ana lloraba y yo también, no queríamos seguir así.

Fue en el monte donde nos encontramos a los niños, naciendo entre las piedras musgosas. No los habíamos probado nunca, pero yo sabía que eran buenos porque un tío se curó de una enfermedad terrible después de comer unos cuantos. Ana y yo agarramos de esos hongos porque teníamos mucha hambre. Nos reímos mucho, bailamos y también lloramos. Entonces, Dios se comunicó conmigo y me dijo que debíamos echarle ganas para aguantar viviendo.

Crecí con los niños santos, pero cuando me casé tuve que dejarlos, porque las que comen hongos no pueden tratar con los hombres. Así tuve a mi familia. Quise mucho a mi esposo, que sabía leer y escribir. Cuando se murió, me enfermé, no podía moverme ni cuidar a mis hijos y ningún curandero supo qué hacer conmigo. Entonces me comí treinta pares de hongos, fueron muchos. Me puse muy mal, pero en ese momento me dijeron que yo debía adorar a Dios sanando con ellos a la gente. Me ayudaron a curar a mi hermana Ana que estuvo muy enferma, cuando otros se enteraron de lo que podía hacer vinieron a pedirme consulta.

Me casé de nuevo y tuve más hijos. Mi segundo esposo me hizo sufrir mucho y andaba con otra mujer. Los hijos de esa señora, que era casada, lo hirieron y se vino a morir a mi lado. Ya sin marido, decidí que iba a dejar de juntarme con hombres para seguir curando personas.

En mi casa recibí a mucha gente, algunos llegaban con cámaras y grabadoras. Vinieron hombres y mujeres de ciencia a los que ayudé porque los angelitos me dijeron que no eran malos, que colaborara con ellos para que aprendieran de lo que yo sabía. Aunque algunos curanderos no estuvieron de acuerdo conmigo; pensaban que esos hombres y mujeres sólo buscaban arrebatarme mis secretos. Pero publicaron sus estudios y descubrieron curas para enfermedades gracias a mi cooperación. Saberlo me llenó de satisfacción.

No recibí pago alguno y no lo pedí, nunca quise hacerme rica curando a la gente con la ayuda de los hongos. Aunque me hubiese gustado poner una tienda en la que se vendiera de todo.

Las personas se interesaron no sólo en los niños y su poder, sino también en mis cantos de curación. Los han traducido de mi mazateco a varios idiomas, aunque yo nunca aprendí a escribir.