Cierra tus ojos un instante, ¿te imaginas llegar a ser gobernadora en una época en la que, difícilmente, nuestras voces vibrantes se hacían escuchar, siendo sometidas a la voluntad del hombre ávido de ocultar como objeto invisible nuestras almas creadoras, brindándonos casi nulas y legítimas oportunidades de participar en la política?

Mi nombre es Griselda Álvarez Ponce de León y fui la primera mujer en la historia de México que llegó a ser gobernadora de un estado. Mi lucha y legado no se limitan exclusivamente a la política, me dediqué también a la docencia y a las letras.

Vi la luz por primera vez en la bella ciudad de Guadalajara el 5 de abril de 1913, aunque crecí en una hacienda cerca del imponente volcán de Colima. Ahí, aprendí a montar a caballo. Recuerdo lo mucho que disfrutaba jugar en los corredores y jardines.

Cuando mis padres se separaron, me enviaron a un colegio de monjas donde comencé a escribir mis primeros sonetos. Aprendí muy joven que la vida siempre está en constante cambio, efímero y finito. La guerra cristera, el insondable dolor y desasosiego que me produjo el fallecimiento de mi madre, pérdida irreparable, así como mis recuerdos de la infancia, me inspiraron a escribir La Sombra Niña en 1966.

Por vocación, fui maestra normalista especializada en niños con problemas de aprendizaje y de conducta. Regida por mi espíritu poético y una literata pasión, ingresé posteriormente a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

A veces, la vida es como un cáustico soneto: estudiar, trabajar, al mismo tiempo que ser esposa y madre, implica gran esfuerzo y sacrificio. Mi amor por el servicio a los demás me llevó a afiliarme al Partido Revolucionario Institucional para que, llegado el momento, pudiera pronunciarme en favor de la mujer y de su derecho al voto.

En 1976 logré ser senadora. Los ataques y críticas que recibí fueron lo que me impulsaron a no darme por vencida, a creer en mí y a confiar en que yo podía hacer algo más para exigir dignamente nuestros derechos. Mi labor consistió en exaltar el nivel moral, cultural y económico de las mujeres, empoderándolas, creando programas de capacitación para ellas y centros de apoyo contra la violencia, protegiendo a la niñez, como partidaria de la igualdad y de la no discriminación. Estaba convencida de que, para progresar, la educación era el elemento fundamental.

Tres años después, en 1979, fui elegida gobernadora de Colima, cuando tenía 66 años de edad. Un triunfo que vino acompañado del apoyo de algunos y del rechazo de otros, así como de pasar una época alejada de mi familia, de perder a mi nieto y a mi única hermana, ambos aquejados por una enfermedad.

La soledad, las pérdidas, el sacrificio, el trabajo duro y las constantes batallas son parte del ciclo de la vida, mas no un motivo de derrota. Nunca me rendí. Mujer comprometida, de corazón fuerte y sensible, “pacífica guerrera” de gran ingenio, enamorada de la hermosura de la palabra escrita y consciente de su gran poder al expresarla, amé y viví incansable y valerosamente para luchar por el bienestar de las mujeres, demostrando que no somos débiles y que tenemos la capacidad de gobernar con nobleza, inteligencia y honestidad. Máximamente, de gobernar nuestra propia existencia.