Casi me pierdo el alba del convulso siglo XX, pues nací un 7 de noviembre de 1900 en Villa Ocampo, Durango. Ahí viví mis primeros años para después irme junto con mi familia a Parral, Chihuahua. Mi adolescencia transcurrió en medio de la Revolución Mexicana, fui testigo de cómo el norte era territorio disputado por los diferentes bandos que luchaban por el poder. Pero también fui testigo de cómo el pueblo fue partícipe de la sublevación. La guerra sacude y para quienes le sobreviven, deja herida la memoria.

Fue en Chihuahua donde en medio de la muerte, la sangre y el caos, me quedaron grabadas estampas de un caudillo excepcional, quien dirigiera la División del Norte: Francisco Villa. Todas esas vivencias en Parral fueron decisivas para mi sensibilidad y escritura que dieron a luz a libros y poemas posteriormente.

En 1923, después de la muerte de mi madre, mi hermana y yo decidimos mudarnos a la Ciudad de México, fue ahí donde pude comenzar a expresarme a través de mi otra gran pasión: el ballet. Mis padres me llamaron Francisca Moya Luna, pero lo cambié por Nellie Campobello para que en el mundo artístico así me conocieran.

Fueron tales mi talento y aportación que soy considerada la primera bailarina de México. En 1931, por encargo del presidente Lázaro Cárdenas, tuve el honor de dirigir una coreografía que representaba la conmemoración de la Revolución Mexicana en el Estadio Nacional. Junto a mis amigos Martín Luis Guzmán y José Clemente Orozco fundamos el Ballet de la Ciudad de México que se presentaba en Bellas Artes.

Hacia 1937 me convertí en la primera directora de la Escuela Nacional de Danza, ¿se imaginan lo difícil que era en esas décadas llegar como mujer a un puesto así?

Entre el ballet, los ensayos y las coreografías, me di el tiempo para escribir Cartucho, para así poder mostrar la crueldad de la historia, vista desde los ojos de una niña en la Revolución. Quise contar desde la condición de mujer cómo fue la lucha armada. La Revolución estaba siendo contada por hombres, pero… ¿y nosotras? ¿A caso no estuvimos ahí y tenemos mucho que decir? Las mujeres también pusimos el cuerpo en esta guerra, pero parece que la guerra no tiene rostro de mujer.

Unos años más tarde pude tratar con pluma justa a El Centauro del Norte con Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa y en la misma época colaboré en la prensa con artículos sobre política. Mi vida transcurrió así: entre la escritura y el amor al arte.

La Revolución Mexicana y la danza son las insignias de mi vida. La primera me hizo ser la voz femenina que contrapunteó un coro de hombres. La segunda, me llevó a hacer camino para que la danza profesional pudiera ser el lugar de las mujeres cuya pasión es bailar.