Es un delito nacer mujer. Es un delito aún mayor ser mujer y tener talento

María Izquierdo

Jalisco – CDMX
Pintora
30/10/1902 – 02/12/1955

El delito de ser mujer y tener talento

🖋 Abigail Mendoza © (@PalasAbigail)

“Esto es lo único”. Vaya felicidad que sentí cuando el director de la Academia de San Carlos, Diego Rivera, miró mi pintura firmada como M. Izquierdo y exclamó con fuerza estas palabras, refiriéndose a mi obra como la única que valía la pena de entre todo el grupo. ¿Me pregunto si se habrá imaginado que la M. hacía alusión a mi nombre: María?

Mis compañeros expositores no podían creerlo, estaban sorprendidos, pero aún más, indignados. Claro, no se quedarían callados, pidieron a Diego que les explicara en qué basaba su afirmación. Así que Rivera tuvo que dar un plática en la que argumentó, con mis cuadros enfrente, sus razones. El final fue desastroso. Mis condiscípulos me obligaron, a cubetadas de agua, a abandonar la escuela. Decidí trabajar desde casa.

Ya había pasado por situaciones difíciles para llegar a San Carlos; sin embargo, no imaginaba lo mucho que me faltaba por enfrentar. Era 1929.

Soy María Cenobia Izquierdo Gutiérrez. Nací en San Juan de los Lagos, Jalisco, en 1902, lugar que inspiraría mi obra años después, con su feria, carpas de teatro y circos, los cuales plasmé en lienzos llenos de color con los que reflejé al “México auténtico que siento y amo”, sus costumbres y tradiciones. Aunque, también, este lugar marcó mi educación, supeditada a normas católicas.

Perdí a mi padre a los 5 años. Quedé al cuidado de mis abuelos, con quienes fui a vivir a Torreón, donde cursé la primaria y secundaria; posteriormente nos trasladamos a Saltillo, lugar donde recibí las primeras enseñanzas plásticas. A mis apenas 14 ya me habían obligado a casarme con un militar, con quien tuve a mis hijos Carlos, Amparo y Aurora. Cuando falleció mi madre, mi inquietud por el arte hizo que cambiara los planes que otros tenían para mi. Me separé y viajé a la capital del país con mis pequeños. En plena posrevolución, en 1923, llegué a la Ciudad de México. Un lustro después, ingresé a la Escuela Nacional de Artes Plásticas “San Carlos”.

Conocí a Rufino Tamayo en la Academia, de donde él era profesor, y establecimos una relación artística y afectiva muy profundas. En contra de las buenas costumbres de la época, vivimos en unión libre. Juntos incursionamos por el surrealismo y el expresionismo. Luego de cinco años de relación, él se casó con una pianista. La tristeza de esta ruptura, sin embargo, no menguó mi arduo trabajo.

En 1929 presenté mi primera exposición en la Galería de Arte Moderno del Teatro Nacional, lo que más tarde se conocería como Palacio de Bellas Artes y, al siguiente año, me convertí en la primera pintora mexicana en exponer fuera de México: mis paisajes, retratos y naturalezas muertas se presentaron en el Art Center de Nueva York.

Posteriormente, vendrían Tokio, Bombay y París, en este último tuve un rotundo éxito, ya que logré vender todos mis cuadros. A pesar de que en 1942 pasé por una cirugía de corazón, esto no fue motivo para que dejara de trabajar, presenté 60 óleos en mi exposición de Bellas Artes, también viajé a Sudamérica, donde de los 36 cuadros que llevé conmigo, 30 se vendieron.

Con la convicción de que el arte debía luchar contra la guerra, el imperialismo y el fascismo, formé parte de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios.

Entonces, ¡la propuesta llegó! En febrero de 1945, el Departamento del Distrito Federal me ofreció el cubo de la escalera principal del Antiguo Palacio del Ayuntamiento para que realizara una pintura mural. Por vez primera, una mujer tendría la “oportunidad” de llevar su pincel a las paredes de un edificio de tal relevancia política para registrar el progreso del país. Mi plan era representar al México moderno como una mujer.

Sin embargo, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, quienes eran miembros de la Junta Evaluadora, ellos, quienes fueron mis compañeros de lucha, dictaminaron en mi contra para que no pudiera pintar el mural, argumentaron que no poseía capacidad para ello. Diego, que un día dijo “esto es lo único”, ahora hablaba de mi falta de experiencia y técnica.

Javier Rojo Gómez, jefe del Departamento del Distrito Federal, de manera pública, canceló mi contrato. A cambio, me ofreció los muros de alguna escuela, mercado o un espacio con una menor carga política. Fue un insulto a mi trabajo.

“Es un delito nacer mujer. Es un delito aún mayor ser mujer y tener talento”. El muralismo, independientemente de mis habilidades y capacidad, les pertenecía a ellos, a los “tres grandes”, Rivera, Orozco y Siqueiros. Convirtieron el movimiento en su monopolio. No había espacio para una mujer. No me quedé callada, escribí cartas, firmé peticiones. Todo en vano. En 1947 crearon la Comisión de la Pintura Mural: ellos eran los únicos jueces.

En 1948 sufrí terribles embolias que me provocaron una grave hemiplejía, lo que paralizó la mitad de mi cuerpo y mi brazo derecho. Mi trabajo creativo se vio muy afectado. Ejercité mi brazo izquierdo y continué pintando. Ante esta situación, el que era mi esposo y promotor, y que tiempo antes se había visto beneficiado económicamente por mi trabajo de retratos a funcionarios, desapareció de mi vida, no sin antes intentar, sin mi consentimiento, corregir mis cuadros para venderlos. Nos divorciamos. Sin embargo, a pesar del abandono y la precariedad que sufría, ahí estuvieron Lola Álvarez Bravo y Margarita Michelena, brindándome su apoyo.

“No se pinta con las manos; la pintura debe salir del alma, pasar por el cerebro y luego la emoción la debe derramar sobre una tela, madera o muro. Más aún, si mis manos no me sirvieran ya para pintar, colocaré los pinceles en mi boca y así pintaré. Esta es mi promesa a mí misma y a los demás y la cumpliré”, aseguré con convicción. Y así fue, hasta antes de la cuarta embolia que viví, la cual me dejó completamente paralizada. El 2 de diciembre de 1955, yo me fui, pero mis alrededor de 500 cuadros se quedaron como testimonio de mi vida y trabajo intensos.

Este relato es producto de la investigación e imaginación de la autora.

María Izquierdo

  • Tuvo una prolífica carrera en la que creó alrededor de 500 obras.
  • En 1930 se convirtió en la primera mexicana en exponer en el extranjero, en el Art Center de Nueva York. Además de hacerlo en París, Moscú, Bombay, Londres y Sudamérica.
  • Tras la cancelación de su contrato para realizar un mural en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento (Rivera y Siqueiros dictaminaron en su contra), pintó dos grandes paneles portátiles al fresco para demostrar su habilidad técnica. Actualmente se encuentran en la Facultad de Derecho de la UNAM.
  • En 2002, el Gobierno de México declaró su obra como Monumento Artístico de la Nación.
  • Las imágenes circenses fueron el tema que representó con más frecuencia; pintó más de 50.

Bibliografía

Lara, L (2000). Visión de México y sus artistas. Tomo 1. Siglo XX 1901-1950. México, Quálitas. pp. 196-199.
Martínez, C. (2018). Grandeza de las mujeres mexicanas. La otra parte de la historia. México. LXIII Legislatura de la H. Cámara de Diputados, pp. 259-268.
Deffebach, N. (2018). María Izquierdo: arte puro y mexicanidad. Universidad de Texas. Co-herencia, vol. 15, núm. 29, 2018. Sitio web: https://www.redalyc.org/jatsRepo/774/77457318001/html/index.html
Paniagua, E. (2019). María Izquierdo. El mural que debió ser. Revista Quixe. Sitio web: https://revistaquixe.com/2019/11/15/maria-izquierdo-el-mural-que-debio-ser/

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