Hay un momento de la noche en que todo duerme. Hasta en la ciudad más imponente hay un resquicio de tranquilidad que se respira a cierta hora en la oscuridad. Ahí vive el misterio. En la luna, en la calle, en las conciencias que descansan y en las que no pueden hacerlo.
Me parece muy difícil hablar de mí, el hablar de mí es muy severo porque soy mucho mejor de lo que parezco. Me han pedido que comience este relato a partir del momento más difícil o trágico de mi vida, lo cual no me encanta porque cada dificultad la convertí en una oportunidad que, sin duda alguna, siempre culminó en un rotundo éxito, pero bueno, lo intentaré, a ustedes me debo.
Cierra tus ojos un instante, ¿te imaginas llegar a ser gobernadora en una época en la que, difícilmente, nuestras voces vibrantes se hacían escuchar, siendo sometidas a la voluntad del hombre ávido de ocultar como objeto invisible nuestras almas creadoras, brindándonos casi nulas y legítimas oportunidades de participar en la política?
Sé que en algún tiempo cálido nos amamos y que me enseñaste el oficio –así le llamábamos–, pero habría que decir que no me enseñaste la mirada. Esa es mía, toda mía; producto de mis entrañas, de mi sangre, de mis huesos, de mi vida en la casa familiar; de mi madre, que un día se fue para nunca más volver y de mis días como huérfana, cuando mi padre suspiró su último aliento. También es de mis victorias y de mis ideales.
Casi me pierdo el alba del convulso siglo XX, pues nací un 7 de noviembre de 1900 en Villa Ocampo, Durango. Ahí viví mis primeros años para después irme junto con mi familia a Parral, Chihuahua. Mi adolescencia transcurrió en medio de la Revolución Mexicana, fui testigo de cómo el norte era territorio disputado por los diferentes bandos que luchaban por el poder. Pero también fui testigo de cómo el pueblo fue partícipe de la sublevación. La guerra sacude y para quienes le sobreviven, deja herida la memoria.
Federico García Lorca dijo de ella “es una de las mujeres más inteligentes que conozco”. María Antonieta Valeria Rivas Mercado Castellanos llegó al mundo el primer abril del siglo XX. Nació y creció en una mansión ubicada en la entonces aristocrática colonia Guerrero; aquella residencia emblemática de la porfiriana Ciudad de México fue diseñada por su padre, el célebre arquitecto Antonio Rivas Mercado.
Nací en Huautla de Jiménez, Oaxaca, un lugar en lo alto de la sierra oaxaqueña. Mi padre murió cuando era pequeña y mi madre tuvo que empezar a trabajar fuera de casa. Cuando se iba, mi hermanita Ana y yo nos quedábamos encargadas con una tía, pero ella no nos quería y para desquitarse nos escondía las tortillas y el café. Siempre teníamos hambre. Nos íbamos al monte con los chivos y sentíamos las tripas chillando desesperadas. Ana lloraba y yo también, no queríamos seguir así.
Una gran eclosión ocurrió en el ex convento de la Merced hace casi 100 años. En ese lugar sagrado, el espíritu de Carmen Mondragón se sublimó para dar lugar al cosmos infinito e irreductible que fue Nahui Olin, la mujer de “el cuarto movimiento del sol”, como significa su nombre.
¡Lo logré! Aquel 11 de febrero de 1930, a mis 36 años, escuché la voz de uno de los jurados leyendo el acta de aprobación de mi examen profesional: "Hacemos constar que la Srita. Mendizábal es la primera mujer que en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional ha obtenido el título de Ingeniero Civil".
En mayo de 1943 tomé un avión rumbo a California para reunirme con Walt Disney, el cineasta reconocido por sus películas animadas que eran la sensación para miles de niños. Yo, una mujer de 53 años, quería verlo para hablarle de negocios. Contarle sobre uno de los proyectos más ambiciosos que jamás hubiese escuchado: utilizar sus cintas para alfabetizar latinoamericanos sin la ayuda de profesores.