Siempre estuve convencida de que si la mujer tiene iguales obligaciones que el hombre, tiene y debe tener los mismos derechos políticos, sociales y sexuales. Abanderé esta causa a lo largo de mi vida revolucionaria, en la primera mitad del siglo XX, aunque provocara estupor en elites conservadoras e incluso condena de otras compañeras de lucha.
María de los Ángeles Estrella del Carmen Bofill Ferrer: la Reina de la Opereta, Emperatriz de la Gracia e Hija Predilecta de México, mejor conocida como Esperanza Iris, nació en la Villahermosa de San Juan Bautista en Tabasco en 1884, en aquellos tiempos modosos en los que lo último que se podía esperar de una niña de buena cuna es que se convirtiera ¡en artista!
Tocaron la puerta, solo quedó tomar mi valor y mi arma. Sabía que había llegado el momento, lo que mi hermano Aquiles me había advertido, que los porfiristas vendrían en cualquier momento por nosotros. Alcancé a mirar por la ventana, eran los federales. ¡Venían por nosotros, no había de otra!
Mandé a fusilar a uno de los hombres de mi tropa. No había de otra: violó a una de las mujeres de mi regimiento. A los demás soldados no les gustó. No están acostumbrados a que “una vieja los dirija”. Ni modo. Bajo mi mando, ninguna mujer será abusada. Si hay infractores, los pasaré por el fusil.
Soñé en convertirme en médica en un tiempo en que nos era negado. No imaginaba las barreras incluso invisibles a las que debía enfrentarme, por ejemplo: no podía titularme porque la escuela sólo se lo permitía a los alumnos. Y en mi época, “alumnos” sólo se refería al género masculino.
¿Quién es esa mujer detrás de Zapata y Villa?, preguntan con interés, pero a la vez con el mayor de los escepticismos las asistentes a la visita literaria guiada “Mujeres y la revolución”*, que se realizó en noviembre de 2018 por el Centro Histórico de la Ciudad de México. Esa mujer que se asoma con desdén en la foto es la estadista y forjadora de las bases ideológicas de la Revolución: Dolores Jiménez y Muro.
¡Es una niña! Apenas recibieron la noticia de mi nacimiento y mis padres ya sabían cuál sería mi suerte: el celibato, si no encontraban el marido adecuado para mi. Mientras tanto crecería enclaustrada en casa, aprendiendo arte.
No me tiembla la mano para escribir en mi defensa ahora que quieren demeritar la labor que hice por mi patria hace ya casi 10 años. ¡Faltaba más! Si no me tembló la voz ni el alma cuando me juzgaron en 1813, días antes de cumplir 24 años, y me jugaba mi libertad, mi fortuna y hasta la vida.
De alguna manera inexplicable, la figura de Sor Juana Inés de la Cruz es un ícono emblemático de nuestra identidad nacional. Inexplicable digo, porque ella, la primera feminista de América, es exaltada en una sociedad predominantemente patriarcal. Es tal su grandeza, que se cuela por los intersticios de la Historia sin que nadie pueda evitarlo.