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Lola Álvarez Bravo

Sé que en algún tiempo cálido nos amamos y que me enseñaste el oficio –así le llamábamos–, pero habría que decir que no me enseñaste la mirada. Esa es mía, toda mía; producto de mis entrañas, de mi sangre, de mis huesos, de mi vida en la casa familiar; de mi madre, que un día se fue para nunca más volver y de mis días como huérfana, cuando mi padre suspiró su último aliento. También es de mis victorias y de mis ideales.