Antes de 1887 no había una sola mujer médica en México. Matilde Montoya hizo historia y cambió el rumbo de la medicina.

Matilde Montoya

Primera médica mexicana
CDMX – CDMX
14/03/1859 – 26/01/1939

Por el derecho a la bata

🖋 Andrea Albarrán (@AndyP_BG) y Prudencia Hernández ©

Soñé en convertirme en médica en un tiempo en que nos era negado. No imaginaba las barreras incluso invisibles a las que debía enfrentarme, por ejemplo: no podía titularme porque la escuela sólo se lo permitía a los alumnos. Y en mi época, “alumnos” sólo se refería al género masculino.

Me llamo Matilde Petra Montoya Lafragua y siempre me fascinó aprender. A los 4 años hilaba las letras y las leía ante el asombro de otros. Estudié tres años de primaria y tres de educación superior (así era el programa de Educación Elemental). Traté de entrar a la Primaria Superior, me lo negaron porque sólo tenía 11 años. Al cumplir 13, apliqué el examen para convertirme en profesora de primaria y aprobé, pero mi edad me impedía trabajar en ello.

Me inscribí entonces en la carrera de Obstetricia y Partera de la Escuela Nacional de Medicina, pero al morir mi padre no pude seguir pagando los estudios. No me rendí, porque siempre tuve el apoyo de mi madre. A los 16 años obtuve el título de partera en la Escuela Nacional de Parteras y Obstetras de la casa de la Maternidad. Gracias a ello empecé a trabajar como auxiliar de cirugía.

El destino me llevó a Puebla, donde no había muchos doctores (eran hombres), ni tampoco mucha experiencia en obstetricia, se atendían los partos con prácticas agresivas, sangrientas y peligrosas para las mujeres y sus hijos. Las mujeres me buscaban, pues yo procedía de otra manera, pero esta popularidad me atrajo ataques de médicos que hicieron campañas de desprestigio en mi contra. Por esta razón, regresé a la Ciudad de México con la firme idea de entrar a la Escuela Nacional de Medicina y fui aceptada.

Algunos compañeros y maestros, horrorizados de ver a una mujer entre las aulas, hicieron revisar mis estudios y me impidieron revalidar materias que había tomado con profesores particulares. No aceptaban que una mujer (aún en aras de aprender) viera cadáveres de hombres desnudos y menos si se encontraban otros hombres en la sala.

Yo quería aprender, ejercer la medicina que tanto me gustaba, ¿qué había de malo en eso? Me sentí agobiada, pero entonces decidí escribir una carta dirigida al presidente Porfirio Díaz donde le exponía la situación. No sólo la leyó, sino también intercedió para que pudiera retomar esas asignaturas.

En la escuela siempre obtuve excelentes resultados, por eso cuando llegó el momento de preparar mi tesis, redacté un texto donde mencionaba la necesidad de entender las enfermedades infecciosas para estudiar las epidemias y abordé un tema poco conocido: la bacteriología. El documento se lo dediqué a la persona que siempre me dotó de fuerza y valentía y me llenó de libros, mi madre Soledad Lafragua.

Otra vez me topé con obstáculos: no se permitía que las mujeres se graduaran como médicos. En la escuela me señalaron la palabra “alumnos” como sustantivo masculino. Gracias a un decreto de Díaz, se me concedió realizar el examen teórico-práctico. Al principio me impusieron un salón menor, pero la noticia de que el presidente acudiría a mi examen se esparció y terminé realizándolo en el salón de actos solemnes.

El 24 de agosto de 1887, en la Escuela Nacional de Medicina, ante el presidente, mis compañeros, algunos amigos y maestros, repliqué a cada pregunta que hicieron mis sinodales, pero ese era sólo el comienzo. Al día siguiente acudí a mi exámen práctico en el hospital de San Andrés. Se lo confesé a mis amigos, no podía más, lo había olvidado todo, los nervios nublaban mi cabeza. No era para menos, estaban presentes redactores de prensa, especialistas, el secretario de Gobernación en representación del presidente y damas notables que dejaban escapar palabras de reprobación y pasmo: una señorita… ¡médico!

Al final de las pruebas llegó el fallo final, escuché las palabras: “aprobada por unanimidad”. Me estremecí. El secretario de gobernación comenzó a dar un discurso de felicitación. Sentí leve, muy leve, mi cuerpo. Me desmayé. Finalmente, el esfuerzo mental, las pruebas, y los nervios me vencieron.

Gracias a mis profesores y amigos, pude recuperar la conciencia para escuchar el poema que mi amiga, la poeta María Argúmeno, preparó para la ocasión. Me convertí al fin en “médica cirujana partera”.

Seguí ejerciendo durante la Revolución Mexicana, recorrí las calles incansablemente y atendí a los pacientes hasta mi retiro por causas de salud a los 73 años.

Este relato es producto de la investigación e imaginación de la autora.

Matilde Montoya

  • Fue la primera mujer que logró graduarse como médica en México.
  • Ejerció su carrera durante la Revolución mexicana.
  • Participó en asociaciones feministas. Fue socia en la Asociación de Médicas Mexicanas que se fundó el 5 de mayo de 1925.
  • Representante en la 2a. Conferencia Panamericana de Mujeres en 1923, calificada por la prensa como un “foco de inmoralidad”, pues se habló de la aceptación del amor libre, la abolición del matrimonio y la restricción de la natalidad.

Bibliografía

Carrillo, A.M. (2002). Matilde Montoya: primera médica mexicana. México: DEMAC. Sitio web:
https://demac.org.mx/wp-content/uploads/2016/05/0121-MATILDE-MONTOYA-pdf-comprimido.pdf
Flores, M. (2019). A pesar del machismo, Matilde Montoya logró ser la primera mujer médico en México. 2019, de El Universal: De 10.mx. Sitio web: http://bit.ly/2VLTIK0
¿Conoces a Matilde Montoya, la primera mujer médica mexicana? 2019, de Secretaría de Salud. Sitio web: https://www.gob.mx/salud/articulos/conoces-a-matilde-montoya-la-primera-mujer-medica-mexicana?idiom=es

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