En 1917, construyó su propio sueño: el Teatro Esperanza Iris en el Centro de la Ciudad de México, uno de los recintos culturales más bellos e icónicos, inspirado en la Ópera de París y la Scala de Milán.

Esperanza Iris

Cantante de opereta
Tabasco- CDMX
30/03/1884 – 07/11/1962

La olvidada

🖋 Silvia Cherem S. © (@SilviaCherem)

María de los Ángeles Estrella del Carmen Bofill Ferrer: la Reina de la Opereta, Emperatriz de la Gracia e Hija Predilecta de México, mejor conocida como Esperanza Iris, nació en la Villahermosa de San Juan Bautista en Tabasco en 1884, en aquellos tiempos modosos en los que lo último que se podía esperar de una niña de buena cuna es que se convirtiera ¡en artista!

Al morir su padre, sumida la familia en una repentina situación de hambre y pobreza, la niña comenzó a dar muestras de talento. Capaz de aprenderse todas las estrofas de los artistas que, recorriendo el Grijalba, se hospedaban en la casa de huéspedes que instaló su madre en la capital tabasqueña a fin de poder alimentar al ejército de pequeños que quedaron a su cargo (se decía que la madre de Esperanza llegó a tener más de veinte partos), Esperanza Iris –el nombre artístico que desde pequeñita asumió para evitar el qué dirán–, dio tempranas muestras de gracia, aptitudes artísticas e inteligencia.

Muy pronto pasó a ser el principal sustento de la familia y, con tesón, dedicación y trabajo, acabó rompiendo con todos los cánones. Descolló como empresaria y cantante de opereta, y formó una compañía artística que igual era aplaudida en México, Cuba y en todos los teatros de América Latina, el Caribe y España, donde se convirtió en una estrella luminosa. Figura consentida de la prensa se le reconocía como mujer triunfal, capaz de despertar la admiración y reverencias del público más selecto.

Con el capital de una gira de más de cinco años en plena Revolución mexicana, llevando a cuestas más de trescientos baúles cargados de estoperoles y plumas, de iluminación y escenografías, de partituras, instrumentos y vestuarios, montando con su compañía hasta dos y tres suntuosas puestas en escena diarias, logró construir su sueño: el Teatro Esperanza Iris en el Centro de la Ciudad de México, uno de los recintos culturales más bellos e icónicos, inspirado en la Ópera de París y la Scala de Milán, mismo que le inauguró en 1917 el presidente Venustiano Carranza.

Aplaudida por artistas, poetas y nobles, presidentes y gobernadores, ¡hasta el Rey de España!, todo en su vida parecía gloria. Jacinto Benavente le dedicó poesías. Franz Lehar, autor de “La viuda alegre”, la nombró su mejor intérprete.  Joaquín Sorolla exigió pintarla en 1921. En su teatro actuaban figuras internacionales de la talla del tenor Enrico Caruso, la bailarina Anna Pavlova y el pianista Arthur Rubinstein.

Sin embargo, en la intimidad su vida distaba de ser miel sobre hojuelas. Murieron sus tres niños y fue víctima de tres maridos que se aprovecharon de su éxito, dinero y talento. En especial el último, Paco Sierra, 25 a 28 años menor que ella, prometiéndole gloria y juventud, la sepultó en vida.

La historia es de película. El 24 de septiembre de 1952, en sociedad con Emilio Arellano Schtellige, Sierra sembró una bomba en un avión de Mexicana de Aviación, con ruta Distrito Federal-Oaxaca, buscando enriquecerse con dos millones de pesos de siete seguros de vida que compró con ese fin. Para su mala suerte, todo le salió mal: el avión salió tarde, el piloto resulto un héroe y, aunque la bomba explotó en el aire, nadie murió. Muy pronto los detectives policiacos lograron descifrar el misterio y aprehender a Sierra y a su secuaz.

Fue el escándalo criminal más socorrido de la época y, durante diez años, diez amargos años de vejez, Esperanza Iris se dedicó a dilapidar su fama y gloria en una defensa frenética y ciega de Sierra, quien cayó al penal de Lecumberri donde ella lo visitaba buscando exonerarlo de lo que ella llamaba “cruel injusticia”.  

Nota tras nota, paso a paso, Esperanza Iris fue cavando su sepultura condenándose a la lástima y al olvido, al amargo sabor de la soledad. De ser recibida con alardes por todos los presidentes de México durante medio siglo, desde Carranza hasta Miguel Alémán, nadie quiso ya abrirle la puerta.

Murió en 1962 sumida en la locura y el abandono, desdibujando su lugar en la historia. El hartazgo fue tal que, cuando el teatro, su divisa de posteridad, fue comprado por el gobierno le quitaron el nombre. El Teatro Esperanza Iris, con su nombre y su busto tallados en piedra, pasó así a ser simplemente el Teatro de la Ciudad. En 2007, al cumplir el recinto 90 años, en un acto de justicia tardío, se le puso apellido: Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, un nombre que, para las nuevas generaciones, era simplemente un cascarón vacío.

Tengo la dicha de que, con mi libro Esperanza Iris, Traición a Cielo Abierto (editorial Aguilar), su nombre ha podido rescatar su dignidad, su gloria. También su miseria, porque Esperanza Iris lo tuvo todo a manos llenas: todo el éxito imaginable, también el mayor infortunio que la razón pueda concebir.  Fue ella una leyenda, cuya vida supera la trama de cualquier tragedia griega.

Este relato es producto de la investigación e imaginación de la autora.

Esperanza Iris

  • Se convirtió en el sostén de su familia a muy temprana edad.
  • Destacó como empresaria y cantante de opereta. Formó una compañía artística que era aplaudida en México, Cuba y en los teatros de América Latina, el Caribe y España.
  • Construyó su sueño: el Teatro Esperanza Iris en el Centro de la Ciudad de México, uno de los recintos culturales más bellos e icónicos, inspirado en la Ópera de París y la Scala de Milán, mismo que le inauguró en 1917 el presidente Venustiano Carranza.

Bibliografía

Cherem, S. (2018). Esperanza Iris: Traición a cielo abierto. México: Aguilar.

Posts Relacionados

Dejar un comentario