Tocaron la puerta, solo quedó tomar mi valor y mi arma. Sabía que había llegado el momento, lo que mi hermano Aquiles me había advertido, que los porfiristas vendrían en cualquier momento por nosotros. Alcancé a mirar por la ventana, eran los federales. ¡Venían por nosotros, no había de otra!

Eran muchos los rumores de que Mucio Martínez, un achichincle más, nos traía bien atravesados, por lo del Partido Antirreeleccionista, lo cual nos tenía sin cuidado, porque yo confiaba en Madero y los planes ya estaban muy avanzados.

Después de que les avisé a todos en la casa, hubo un silencio que me hizo creer que la muerte venía por nosotras. Cuando los pasos de los federales rodearon la casa, me entró un miedo que nunca había sentido, pero tenía que seguir, tomé mi arma con tanta fuerza que por varios días no se me quitó el dolor de las manos, recuerdo que subí las escaleras en cuclillas para no ser vista.

No estaba sola, ya había recorrido un largo camino con todos los maderistas y traía todas las enseñanzas de doña Paulina Maraver, fundadora del primer grupo de mujeres revolucionarias en Puebla. Desde aquellas reuniones todas queríamos cambiar las cosas, pero no iba a ser fácil, nos estábamos arriesgando todo.

Antes de salir al balcón le hice señas a Aquiles para que se fuera al sótano, él debía continuar con los planes junto a Madero, y yo traía un coraje atravesado contra los federales: debía salir y darles unos balazos. No me importaba en qué iba a parar.

Vi miedo en la mirada de Aquiles, pero a la vez mucho valor de seguir en la batalla, y comprendí que gracias a mi familia y amigos era que tenía tantas ideas sobre el cambio. Pensaba que lo que ocurría en México no estaba bien y lo teníamos que transformar. Mi coraje no tenía otro camino que la lucha.

Yo ni me casé ni tuve hijos, así que lo único que podía lamentar en esos momentos era no volver a ver a mis niños, pero sabía que mi hermana Natalia, su madre, los cuidaría bien. Antes de abrir el balcón, vi que ya nos habían encañonando, nos superaban en número. Tragué la saliva más amarga que he probado y salí a disparar, muriera quien muriera. Me alcanzaron a dar un balazo en la espalda, pero entre el ruido y la mirada en uno de ellos, ni me di cuenta, hasta que el chorro de sangre hizo que sintiera mojado el piso.

En esos tiempos, los enfrentamientos a balazos eran muy sonados en los periódicos, pero nunca había estado en uno, solo leía cuando me llegaba el Regeneración, en donde escribía como Marcos Serratos, así según yo no levantaría sospechas, pero míranos aquí luchando a balazos, nadie nos salió a ayudar, eran todos esos contra nosotras en la casa, entonces no supe de dónde me salió, pero lo único que les pude gritar fue “Mexicanos, no vivan de rodillas”.

Recuerdo muy bien ese día, lo que nunca imaginé fue que este encuentro sería uno de los detonantes para comenzar la lucha de la Revolución Mexicana.