Janet Cacelín

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Eulalia Guzmán

En mayo de 1943 tomé un avión rumbo a California para reunirme con Walt Disney, el cineasta reconocido por sus películas animadas que eran la sensación para miles de niños. Yo, una mujer de 53 años, quería verlo para hablarle de negocios. Contarle sobre uno de los proyectos más ambiciosos que jamás hubiese escuchado: utilizar sus cintas para alfabetizar latinoamericanos sin la ayuda de profesores.